jueves, 19 de julio de 2012

El cambio de tus ojos

Puedo salvar de esto cuatro palabras mientras nos precipitamos hacia el suelo. Cuatro palabras que te oí pronunciar sonriendo a las dos de la mañana, frente al Ejército del Aire, la noche lluviosa que perdí intencionadamente el bus de vuelta a casa. “Sí, no, no sé.”

El cambio de tus ojos me llegó como epístola nocturna: fui avisada de un dulce peso que nuevamente recorría mi cuerpo sin saberlo, y mi patrón de contención quiso sepultarlo entre piel y huesos. Quise ignorarlo y entonces lo vi, mientras caía la tarde y la luz de la lámpara individual de la biblioteca delimitaba tu contorno de tiniebla. Era un cambio acuoso trenzado de hilos verdes, una tristeza derretida y voluptuosa; cubierta en niebla. Era un cambio constante, una corriente apacible y verdeazulada que como vidrio ondulaba la distancia.
Aquel cambio de tus ojos, aquella tristeza tuya para la que yo creía tener el consuelo necesario, vino acompañada por un tímido rubor inicial, una corriente de calor que prendía mi sangre y me asaltaba en tu presencia inesperadamente. Entonces, el flujo de tus ojos alcanzaba pleamar.
De todo ello conservaré numerosos recuerdos maravillosos con una persona única. Pero en nuestra vertiginosa caída hacia el suelo tú salvas únicamente cuatro palabras de avance circular. ¡Es inconcebible estar tan estancados en un descenso tan desenfrenado! A esta velocidad violenta apenas puedo asegurarme de haber visto una sombra en el bosque de tus ojos. Escucho tus palabras y no tengo tiempo de tener un ataque de ansiedad. No tengo tiempo de lamentarme y arrancarme las lágrimas de los ojos. Estamos tan cerca del suelo… y éstas son tus últimas palabras. Y yo las creo justo antes de colisionar brutalmente contra el suelo.

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