sábado, 14 de julio de 2012


Mi absoluta ignorancia hacia lo que pasó, y mi seguridad ante mis actos, me hizo pasar sobre nosotras con el respeto y el cuidado del que sólo tiene el trabajo de asumir. Una persona que sólo persigue la desgracia tiene la obligación de deshacerse de las personas que la llevan sobre sus espaldas. Yo sólo era un impedimento más en tu deseo de llegar a estar completamente sola.
Ignoro si las personas que te rodean ahora te hacen algún bien o has elaborado otro laberinto de espinas, pero sé que todavía no eres feliz. Lamento que todo haya acabado en asustarme cada vez que me cruzo con una chica con un pelo parecido al tuyo, o que yo sea una persona con la que ni siquiera quieres pararte a hablar por  la calle. Yo ya no puedo verte con claridad. No quiero. Prefiero ver esta imagen desdibujada tuya: la de la egoísta, la de una persona que se autoproclama víctima y se margina. Ni siquiera te has molestado en buscarme y prefiero pensar en el dolor que nos hemos hecho. No hablo de ti a casi nadie y me pesa tu actitud de mártir.  Después de ti tuve miedo de perder en adelante y para siempre mi risa pura. La habías ensuciado: estallaba lacerando como chispa en mis labios, ardiendo enfangaba mi lengua y se hundía en mi pecho con un peso de amargura.
Yo mantuve tus secretos, te animé lo inimaginable, aguanté tus injustificados ataques. Te defendí ante todos y respeté tu decisión de aislarnos. Pero si algo creo ahora es que no quiero subordinarme nunca, no quiero volver a ser el apoyo de nadie que después desaparezca como un perro callejero. Mi deseo es recordarte por lo malo. 

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