lunes, 30 de julio de 2012

Ana

"Nunca, nunca accedería ella a satisfacer las ansias que aquellas miradas le revelaban con muda elocuencia; sería virtuosa siempre, consumaría el sacrificio, su don Víctor y nada más, es decir, nada; pero la nada era su dote de amor. ¡Mas renunciar a la tentación misma! Esto era demasiado. La tentación era suya, su único placer. ¡Bastante hacía con no dejarse vencer, pero quería dejarse tentar!
La idea de que Mesía nada esperaba de ella, ni nada solicitaba, le parecía un agujero negro abierto en su corazón que se iba llenando de vacío. <<¡No, no; la tentación era suya, su placer el único! ¿Qué haría si no luchaba? Y más, más todavía, pensaba sin poder remediarlo, ella no debía, no podía querer; pero ser querida ¿por qué no?>>."

La Regenta, Leopoldo Alas Clarín.


miércoles, 25 de julio de 2012

3.9.11

Porque sé que al sacudir la tormenta
sólo encontré a un hombre derruido
bajo la única convicción de su pasado,

si he de rescatar vestigios o ruinas
que sea restallándolos
en ese impulso feroz
y ciego que me lleva a tus labios;

que sea devastando,
crepitando en astillas de fuego
la memoria herida y anhelante.  

jueves, 19 de julio de 2012

El cambio de tus ojos

Puedo salvar de esto cuatro palabras mientras nos precipitamos hacia el suelo. Cuatro palabras que te oí pronunciar sonriendo a las dos de la mañana, frente al Ejército del Aire, la noche lluviosa que perdí intencionadamente el bus de vuelta a casa. “Sí, no, no sé.”

El cambio de tus ojos me llegó como epístola nocturna: fui avisada de un dulce peso que nuevamente recorría mi cuerpo sin saberlo, y mi patrón de contención quiso sepultarlo entre piel y huesos. Quise ignorarlo y entonces lo vi, mientras caía la tarde y la luz de la lámpara individual de la biblioteca delimitaba tu contorno de tiniebla. Era un cambio acuoso trenzado de hilos verdes, una tristeza derretida y voluptuosa; cubierta en niebla. Era un cambio constante, una corriente apacible y verdeazulada que como vidrio ondulaba la distancia.
Aquel cambio de tus ojos, aquella tristeza tuya para la que yo creía tener el consuelo necesario, vino acompañada por un tímido rubor inicial, una corriente de calor que prendía mi sangre y me asaltaba en tu presencia inesperadamente. Entonces, el flujo de tus ojos alcanzaba pleamar.
De todo ello conservaré numerosos recuerdos maravillosos con una persona única. Pero en nuestra vertiginosa caída hacia el suelo tú salvas únicamente cuatro palabras de avance circular. ¡Es inconcebible estar tan estancados en un descenso tan desenfrenado! A esta velocidad violenta apenas puedo asegurarme de haber visto una sombra en el bosque de tus ojos. Escucho tus palabras y no tengo tiempo de tener un ataque de ansiedad. No tengo tiempo de lamentarme y arrancarme las lágrimas de los ojos. Estamos tan cerca del suelo… y éstas son tus últimas palabras. Y yo las creo justo antes de colisionar brutalmente contra el suelo.
Alineo en estos pasos un golpe de tiempo
             un avance vertical:
avance al Norte, faro vigía.
Su latido de luz bajo mi pecho
atalaya en avance horizontal
lado a lado la memoria.
Tu constante búsqueda,
la memoria compartida,
ciego avance unido;
progresión sin rumbo.
            Este avance circular
hacia tu búsqueda y la memoria.

sábado, 14 de julio de 2012


Mi absoluta ignorancia hacia lo que pasó, y mi seguridad ante mis actos, me hizo pasar sobre nosotras con el respeto y el cuidado del que sólo tiene el trabajo de asumir. Una persona que sólo persigue la desgracia tiene la obligación de deshacerse de las personas que la llevan sobre sus espaldas. Yo sólo era un impedimento más en tu deseo de llegar a estar completamente sola.
Ignoro si las personas que te rodean ahora te hacen algún bien o has elaborado otro laberinto de espinas, pero sé que todavía no eres feliz. Lamento que todo haya acabado en asustarme cada vez que me cruzo con una chica con un pelo parecido al tuyo, o que yo sea una persona con la que ni siquiera quieres pararte a hablar por  la calle. Yo ya no puedo verte con claridad. No quiero. Prefiero ver esta imagen desdibujada tuya: la de la egoísta, la de una persona que se autoproclama víctima y se margina. Ni siquiera te has molestado en buscarme y prefiero pensar en el dolor que nos hemos hecho. No hablo de ti a casi nadie y me pesa tu actitud de mártir.  Después de ti tuve miedo de perder en adelante y para siempre mi risa pura. La habías ensuciado: estallaba lacerando como chispa en mis labios, ardiendo enfangaba mi lengua y se hundía en mi pecho con un peso de amargura.
Yo mantuve tus secretos, te animé lo inimaginable, aguanté tus injustificados ataques. Te defendí ante todos y respeté tu decisión de aislarnos. Pero si algo creo ahora es que no quiero subordinarme nunca, no quiero volver a ser el apoyo de nadie que después desaparezca como un perro callejero. Mi deseo es recordarte por lo malo.